LA PRODUCCIÓN CINEMATOGRÁFICA ANARQUISTA EN LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA

Cine Anarquismo
1936: colectivización de la industria cinematográfica

LA PRODUCCIÓN CINEMATOGRÁFICA ANARQUISTA EN LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA

"LA MARAVILLA. No cambiaremos en una página la potencia milenaria de los vulgares intereses que colaboran para distinguir al filme del libro, creando dos estéticas y dos morales. Nos basta con la ilusión de que un día se dirá: Desde el principio, una veintena de individuos comprendió que el camino a seguir no era el de Hollywood; que el espectáculo que los Lumière crearon en los bulevares fue el principio del mal. Los primeros locales se llamaban "niquelodeon"; el precio era la moneda de níquel. En vez de eso, urgía apropiarse del medio por un precio tan exiguo que estuviera al alcance de muchas personas, como el papel, la tinta, los colores, e introducir en las casas películas y objetivos, como se hace con las máquinas de coser (no hubiesen nacido los productores, vértices de un sistema burgués, cine "aplicado", al igual que ciertas editoriales, y desde entonces protegido por una muralla de intereses; es decir, el lugar común del trabajo distribuido a millares de ciudadanos). Volver a ver en el hombre al ser "todo espectáculo", esto nos liberaría. Emplazar la cámara en la calle, en una habitación, mirar con infinita paciencia, educarnos en la contemplación de nuestro semejante y sus acciones más elementales. Renunciaremos al "truco" a la "transparencia", a los infinitos subterfugios caros, a Méliès. Expresarse sin maravilla; la maravilla debe estar en nosotros; los mejores sueños son aquellos que están limpios de niebla, que se ven como la nervadura de las hojas."

CESARE ZAVATTINI, "Diario de cine y de vida"

A partir del verano de 1936, con la asonada de los generales que sumió a España en la mayor tragedia de su historia, la llamada Edad de Plata de la cultura española (tanto o más brillante que el Siglo de Oro) quedó, a su vez, totalmente estrangulada. El enorme esfuerzo intelectual de varias generaciones, desde la primera hasta la segunda República (dos haces de luz en la sombría sala del Antiguo Régimen), sería silenciado bajo la bota militar y el grito cuartelero "¡Viva la Muerte!". Muchos protagonistas de aquel despertar perderían la vida como consecuencia directa o indirecta del conflicto: Unamuno, Machado, Lorca, Miguel Hernández y un largo y triste etcétera. Aún más pasarían el resto de su existencia en "mazmorras de tinieblas floridas de moho". Otros, también muy numerosos, sufrirían un interminable destierro del que pocos regresarían, ya ancianos, cuarenta años mas tarde; y otros pagarían con su silencio y su miedo el quedarse en su país, en lo que se ha llamado el exilio interior.

La libertad de pensamiento, la riqueza creativa, artística y educativa, serían sustituidas por la Cruz y la Espada, la letra con sangre entra y a Dios rogando y con el mazo dando, en un camino sin retorno hacia lo más oscuro de la ignorancia y la sinrazón.

Los anarquistas no fueron ajenos a aquel despertar cultural, sino que tuvieron un papel preponderante en el desarrollo del mismo, influyeron, con su federalismo y otras ideas revolucionarias, en el presidente de la Primera República Francisco Pí y Margall, revolucionaron también la educación a través de los métodos pedagógicos de Ferrer i Guardia, participaron en la vanguardia artística del 27 con creadores como Ramón Acín o Ramón J. Sender y fueron referencia creativa de numerosos autores como Valle-Inclán, León Felipe o, entrando ya en el mundo del cine, Luis Buñuel, cuya Las Húrdes, Tierra sin Pan fue financiada, gracias a un presunto billete de lotería, por Ramón Acín.

Probablemente, la mayor aportación anarquista a la cultura y la transformación social no haya transcendido a través de la labor de hombres famosos como los citados anteriormente, sino que siga sumergida en el anonimato, en la lucha de miles (por no decir millones) de hombres y mujeres, que desde sus innumerables oficios y circunstancias supieron reivindicar su dignidad de seres humanos en la búsqueda de la libertad, la igualdad y la fraternidad, realizando, a pesar de sus horas de trabajo esclavo, nuevas formas de educación para sus hijos, nuevas y más humanas formas de comunicación entre unos y otros, nuevas obras creativas para el futuro, en definitiva, un nuevo entendimiento entre las personas para construir una sociedad mejor y más justa (sin dioses, ni estados, ni patronos) en la que el humanismo fuera el principal sentido de la existencia. La labor creativa de muchos de estos compañeros (escritos, dibujos, fotografías, etc.) fue difundida en publicaciones clandestinas durante décadas. Es de agradecer el trabajo de investigadores como Lyly Litvak que en su obra Musa Libertaria recupera del olvido muchas de las manifestaciones artísticas de aquella época. Este texto de su obra da a entender la mentalidad y circunstancias de aquellos hombres y mujeres: "La utopía anarquista debe ser comprendida como metáfora doble, concebida tanto por esperanza como por desesperación. La visión del porvenir anarquista se teje en nombre de valores ideales; despreciados o traicionados en el presente, existentes a veces en el pasado, realizados en el futuro, pero siempre, el sueño de lo que vendrá, se opone a la pesadilla de lo que hoy domina. Por ese motivo, en la estética anarquista, la estructura de la sociedad perfecta se levanta sobre las ruinas del mundo capitalista y a la visión de la utopía precede, como preámbulo imprescindible, la Revolución Social".

La Revolución Social Española se precipitó como respuesta al alzamiento fascista del 18 de julio. Aunque los anarquistas llevaban generaciones preparando el momento de llevarla a cabo, con una larga experiencia de pronunciamientos populares, huelgas obreras como las de 1909, 1917 o 1934 y organizaciones anarcosindicalistas que culminarían en la creación de la CNT en 1910, la verdad es que el desarrollo de los acontecimientos del verano de 1936 superó cualquier posible planificación previa. La gente salió a la calle, obreros y obreras, campesinos y campesinas, madres y amas de casa, se enfrentaron a la bota fascista, consiguieron armas como pudieron, asaltaron cuarteles y tomaron fábricas cuyos patronos habían huido, relegando a un segundo término a unos gobiernos, centrales y autonómicos, ilustrados pero débiles, que no sabían como hacer frente a los militares. Sin el esfuerzo y la sangre de tantos hombres y mujeres del pueblo, que, por ejemplo, consiguieron tomar en Madrid el cuartel de la Montaña y en Barcelona el de las Atarazanas, la asonada de los Franco, Sanjurjo, Mola, Millán Astray... se hubiera limitado a un paseo militar aplaudido por falangistas, carlistas y arzobispos y no hubiera existido la Guerra Civil.

Pero en aquellos días finales de julio no sólo fueron los anarquistas los que se sublevaron, otras organizaciones sindicales como la UGT apoyaron las colectivizaciones y se organizaron en milicias (lamentablemente luego se arrepentirían) así como numerosas organizaciones políticas antifascistas, aunque, como siempre, sería el pueblo llano, la gente sencilla sin más, el principal (y más olvidado) protagonista de los acontecimientos. Como dice Federica Montseny: "Cuando los combates se generalizaron, al confundirse los militantes de partidos y organizaciones antifascistas, surgió una multitud de hombres y mujeres salidos de los barrios bajos, que no tenían ninguna filiación política pero que sentían confusamente que había que oponerse, por instinto de conservación, a los militares y las fuerzas de la derecha que pretendían conquistar el poder por la fuerza".

En esas semanas posteriores al 19 de julio se colectivizaron y socializaron numerosas fábricas, empresas y servicios públicos en las grandes ciudades de la zona republicana, en el campo se crearon cooperativas suprimiendo la propiedad privada de los medios de producción. Esta transformación social no sólo fue económica y permitió que la lucha de la clase obrera perdurara durante algún tiempo a pesar y en contra del avance fascista, realmente la Revolución no sería estrangulada por los fascistas, que cuando entraron en Barcelona se encontraron ya con miles de obreros muertos, sino por los propios comunistas a las órdenes de Stalin, que a través de la importación de armas controlaban al gobierno de la República.

La Revolución Española no fue un camino de rosas ni la construcción de un paraíso idílico; la sangre obrera vertida, las cruentas batallas en el frente, el esfuerzo sobrehumano y el sudor para que la producción fuera suficiente para todos y permitiera seguir en la lucha, el ambiente de tragedia por los seres queridos perdidos y el temor a los bombardeos en la retaguardia, la lucha interna en la zona republicana que obligaba a los anarquistas a actos contradictorios con su ideología como formar parte de un gobierno con cuatro ministros, cuando todos pensaban como el revolucionario francés François Noël Babeuf, guillotinado por el Terror Blanco en 1797, que "el Gobierno es la conspiración de unos pocos contra muchos", y un sinfín de contradicciones entre las que hay hasta intolerables crímenes injustificados cometidos por algunos pistoleros que se hacían llamar anarquistas. Pero siempre muy lejos de las matanzas metódicas y sistemáticas del bando fascista, como la perpetrada por el coronel falangista Yagüe en la plaza de toros de Badajoz o el bombardeo nazi de Guernica. El avance del llamado Ejército Nacional irá sembrando de muerte todas las ciudades, como dice Malraux en "La Esperanza" en boca de uno de sus personajes (Vargas): "Lo serio es lo siguiente: apoyado de la manera más concreta por Portugal, ayudado por los países fascistas, el ejército de Franco - columnas motorizadas, fusiles ametralladores, organización italo-alemana, aviación italo-alemana- va a tratar de dominar Madrid. Para dominar la retaguardia va a recurrir al terror masivo, como ha comenzado en Badajoz". La Revolución Española estuvo llena de dolor, dudas y equivocaciones, pero fue, citando esta vez a Orwell en su "Homenaje a Cataluña": "Una experiencia que merecía la pena ser vivida".

También hubo aciertos, formas de organización social mucho más humanas y antiautoritarias, la asamblea como instrumento esencial para organizar los consejos obreros y las tareas de producción (que se desarrollaron de una manera mucho más práctica, ordenada y enriquecedora que bajo el poder de la burguesía), incluso en las milicias que a menudo se basaban en la autodisciplina como forma alternativa a la habitual jerarquía militar; se abrieron las cárceles, y las mujeres lograron avanzar mucho en la lucha por la igualdad de derechos, entre otras cosas se consiguió el derecho al aborto, hubo muchos avances sociales que, después de su estrangulamiento, no han vuelto a alcanzarse ni hoy en día. Una revolución que, pese a sus contradicciones nunca se alejó del ideario anarquista, pues siempre se mantuvo en esencia contra toda jerarquía y vino a ser suprimida precisamente por un poder que, llamándose obrero, tenía su fuente en una de las dictaduras más terribles de la historia, la de Stalin. Ahora es a Kropotkin al que citamos: "La revolución hay que concebirla como un largo proceso de desequilibrio, en el que es indispensable pasar por ciertas formas de experimentaciones antes de alcanzar el equilibrio. El papel que los anarquistas deben jugar en este proceso es el de impedir a toda costa que se cree un poder reemplazante del destruido, porque cualquier poder que se instaure inmediatamente después de derrocado el anterior tiene que ser necesariamente conservador y contrarrevolucionario".

Las colectividades estuvieron en la base de este proceso de cambio y modificaron infraestructuras económicas y se colaron en los modos y maneras de una sociedad marcada por la guerra. Un experimento histórico de nuestro pasado más reciente, eclipsado por la historia oficial.

En unos pocos días los trabajadores pasaron a organizar la producción y la economía del país. La rapidez y la eficacia de ese nuevo modo de hacer en la normalización de las fábricas y toda la vida económica no era desde luego tarea fácil, pero sostuvo la actividad productiva e incluso propició un crecimiento espectacular en algunos sectores como la sanidad, la cultura y el arte en un contexto de economía de guerra. Catalunya, Aragón y buena parte del levante español pusieron en pie el milagro de la utopía.

En la industria catalana los sindicatos obreros de la CNT se hicieron con las fábricas textiles, organizaron los tranvías y los autobuses de Barcelona, implantaron empresas colectivas en la pesca, en la industria del calzado e incluso se extendió a los pequeños comercios al por menor y los espectáculos públicos. En pocos días el 70% de las empresas industriales y comerciales habían pasado a ser propiedad de los trabajadores en aquella Catalunya que concentraba, por sí sola, dos tercios de la industria del país.

Así, el Sindicato Único de Espectáculos de la CNT fue, curiosamente, un modelo de organización y funcionamiento en los medios confederales. Resulta significativo que fueran las salas de cine y teatro las primeras en ser ocupadas por los militantes de la CNT entre el 20 y el 25 de julio.

No cabe duda sobre el contexto de confusión que envolvía esta situación revolucionaria, pero el 26 de julio se nombra una "Comisión de Técnicos" encargada de preparar un proyecto que defina el nuevo marco de trabajo en las salas de cine y de teatro. Ese mismo día, la Generalitat, desbordada por los acontecimientos, crea la "Comisaría d'Espectacles de Catalunya" que no llegó a funcionar en la práctica, acaparando por completo la producción los trabajadores y trabajadoras organizados a través del sindicato cenetista.

El entusiasmo revolucionario organizó y dinamizó todas las actividades cinematográficas y teatrales de Barcelona desde el 6 de agosto hasta Mayo del 37. El proyecto arrancaba uniformando los salarios para todas las características de trabajo de las ramas de la industria del cine. Se estableció con carácter permanente el subsidio de enfermedad, invalidez, vejez y paro forzoso. Todo este sistema permitió dar trabajo a unas seis mil personas y sostuvo durante ese período 114 salas de cine, 12 salas de teatro y 10 music-halls Incluso se creó una compañía de ópera en el teatro Tívoli, en un intento de acercar el género grande al gran público.

Se puede decir que fue el sector que mejor funcionó a nivel económico, siendo el que más ingresos proporcionó al sindicato, una parte de los cuales iban destinados al frente. Incluso se construyeron algunas salas de cines como el Ascaso (hoy Vergara). Otros se reformaron o se terminaron de construir como el cine Durruti (en la actualidad cine Arenas).


Operador en el frente

A nivel político, la colectivización del cine fue una nueva forma de entender el arte radicalmente opuesta al sistema burgués y capitalista. No hubo unidad de criterio en el proceso creativo, el dogmatismo no se instaló entre bastidores ni detrás del objetivo, y el séptimo arte incorporó una nueva forma de reporterismo al echarse con las cámaras a la calle para rodar lo que ocurría a su alrededor. Se había puesto en marcha la movilización popular para contar lo que veía su mirada y los mensajes surgían como contrainformación. La información del pueblo sustituía a la del poder.

El sindicato crea una productora y una distribuidora propia que tuvieron relevancia internacional. "Queremos que la producción sindical sea equiparable por su técnica y organización, a la americana, y superior a la rusa, por su contenido".

Entre el 1936 y el 1937 se produjeron más de un centenar de películas. El género documental fue indudablemente el más realizado pues el marco de la guerra inundaba irremediablemente cualquier actividad. La represión de mayo del 37 por el comunismo stalinista, estranguló la Revolución Social en las calles de Barcelona y, aunque se siguieron haciendo películas, disminuyó considerablemente el ritmo de producción anterior.

Esta época del quehacer cinematográfico en la España de la revolución es uno de los grandes acontecimientos de nuestra historia silenciados y olvidados desde el régimen franquista hasta nuestro devenir más reciente. Si acaso, hay quién se ha empeñado en resaltar los errores o las contradicciones de aquel milagro que miles de trabajadores y trabajadoras pusieron en marcha de la noche a la mañana.

Parece poco serio minimizar el hecho objetivo de un crecimiento abrumador de la producción cinematográfica en una sociedad que sufría los trágicos efectos de la guerra. Y si se quiere destacar como fracaso la cortedad de su andadura, conviene no olvidar la ingenuidad anarquista que en enero del 38 y con el ánimo y la esperanza de ganar la guerra pacta con la Generalitat una Comisión Interventora que pone bajo su control técnico y administrativo todas las empresas de espectáculos públicos de Catalunya. La marcha de la contienda había convertido a los hombres y mujeres del cine y del teatro, en delegados de la Generalitat.

Este ensayo de nuestra historia donde la utopía se cumplió merece un estudio en profundidad, que muestre sus aspectos positivos, tanto de la obra creativa como del quehacer que la engendró. Merece detenerse en los modos y maneras, merece rescatar tanto el espritú como la forma en que las relaciones humanas se entendieron. No en vano el cine, como fotografía en movimiento, no deja de ser heredero de la "Perspectiva Artificialis", cuyos cánones estableció Brunelleschi en el Renacimiento, un momento histórico en el que el centro del mundo deja de ser Dios para ser el Hombre. Y la perspectiva es un instrumento a medida para la mirada humana, para la percepción del otro, es decir, de uno mismo.

La producción cinematográfica anarquista fue una experiencia única. Acaparó la vida creadora en Catalunya y se extendió a Aragón, Madrid y el Levante a través de diferentes modelos, probablemente adaptándose a las circunstancias de pueblos y ciudades y a las gentes trabajadoras que las hacían posible. Aunque en Madrid la actividad productiva fue menos importante que en Barcelona, se rodaron 24 películas entre documental y ficción.

Es evidente que la obra desarrollada por el Sindicato de Espectáculos de la CNT merece un estudio serio y constructivo, aunque sólo sea para analizar una apuesta por el realismo que fija la mirada en los trabajadores.

Dentro de la historia del cine, podríamos decir que en aquellos momentos se produce un fenómeno que se iría extendiendo a lo largo del siglo XX y que actualmente tiene una importancia enorme en la lucha contra la globalización capitalista: la contrainformación. En la revolución rusa hubo un precedente similar. Los obreros dispusieron de cámaras, pero tras la represión de Ucrania y de Kronstadt, con la instauración de la dictadura bolchevique, el cine se convertiría en el principal instrumento de propaganda del régimen. Recordemos la primavera de Praga o el Mayo francés del 68, donde la contrainformación también jugaría un papel muy importante. El colectivo "Dziga Vertov", con Jean Luc Godard a la cabeza, sacó las cámaras a la calle y tomó el cine Odeón.

No es nuestra intención en estas líneas hacer un recorrido descriptivo y detallado de las producciones anarquistas dado que ello requeriría un extenso trabajo. Terminaremos este repaso por el cine anarquista haciendo un movimiento de cámara lento y pausado hacia el lector. Nos detendremos en su mirada para filmar sin parar de rodar esperando alguna respuesta. Como si el ojo manipulador pudiera mirarse en el ojo avizor de cualquiera de ustedes. No hay esta vez ningún ánimo maniqueo, tan sólo nos mueve la esperanza de encontrar en su interior algún sueño. Y hacer de ese sueño algo colectivo. Soñar con ustedes, como soñaron aquellos hombres y mujeres del cine que construyeron otra realidad diferente. Soñemos, los sueños son el primer paso para conquistar el futuro, y los mejores sueños son aquellos que están limpios de niebla, que se ven como la nervadura de las hojas.

Elena Calvo y Pablo Nacarino

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